Ya comentamos al tratar el jazz en España en los años 20 que, en general, se admite sin mucha discusión, que en España el jazz no tuvo apenas presencia hasta la segunda década del siglo XX. Sin embargo, cuando investigamos un poco, enseguida descubrimos que la vida musical y el entretenimiento en las grandes ciudades de nuestro país no era muy diferente de la de otras capitales europeas y la música de jazz tenía muchos seguidores y practicantes, aunque sus nombres actualmente han caído en el olvido.
En esta entrada del blog vamos a viajar a esa década agitada y convulsa que fueron los años 30, para descubrir cómo el jazz extiende su presencia a las salas de baile o dancings, pero también a las salas de conciertos, al teatro, al cine o a la prensa.
Debido a las limitaciones de este blog he intentado sintetizar y resumir toda la información disponible al respecto, que el lector más interesado puede encontrar en las publicaciones de diversos autores que cito al final, a modo de bibliografía.
Pero pongamos la música en contexto: Los años 30 fueron testigos de enormes cambios en lo social y en lo político. El dictador Miguel Primo de Rivera dimite en enero de 1930 y Alfonso XIII pone al General Berenguer en su lugar, aunque por poco tiempo, pues el 14 de abril de 1931 se proclamaba la Segunda República Española, hecho histórico que supuso una renovación de la vida política, cultural y artística en nuestro país.
Pero este periodo democrático duró poco, porque el 18 de julio de 1936 un golpe de estado fallido, liderado por una parte del ejército, propició una guerra civil que duraría tres años y que desembocaría, en abril de 1939, en una dictadura que se prolongaría durante cuarenta años.
A principios de la década, el jazz, la música de moda en medio mundo, ya era conocido y gozaba de un éxito considerable en España, como hemos visto al repasar su evolución en los años 20. Durante la década de los 30 empiezan a ser conocidos en nuestro país los nombres de Louis Armstrong o de Duke Ellington. Precisamente en esta década, estos y otros músicos de jazz visitan Europa e incluso algunos de ellos se establecen en París de forma permanente o durante largas temporadas (Benny Carter, Coleman Hawkins…), motivados por el reconocimiento y respeto que no encontraban en su propio país.
Como vimos al hablar sobre los «Felices Años 20», en esa década ya se formaron las primeras orquestas de jazz autóctonas, como la Demon’s Jazz. El sonido y repertorio de estas orquestas normalmente distaba bastante de la idea que tenemos actualmente sobre el jazz “auténtico”. Precisamente, en los años 30 cobran protagonismo los debates entre músicos y aficionados sobre lo que es el jazz y sobre cuál debe ser el sonido y repertorio del “jazz a la española”. En general, la idea del jazz en los años 30 era más amplia y menos esencialista que la que solemos tener hoy en día: se consideraba como tal cualquier música moderna influenciada por la música de moda en los Estados Unidos (Iglesias).
Por otro lado, no podemos olvidar que, aunque el fox, el charlestón o el jazz hot fueron músicas muy populares en España, también gozaron de tanta o más popularidad otros géneros como el cuplé, la revista, la zarzuela, el flamenco, la entonces llamada “canción española” (copla andaluza), el tango y la música cubana. Todos estos géneros y estilos convivieron pacíficamente en el gusto popular y en el repertorio de la mayor parte de las orquestas.
Los músicos
En los años 30 comienzan a ser conocidos algunos nombres propios del panorama musical jazzístico español, especialmente activos en Barcelona.

Es el caso, por ejemplo, del “Maestro Demon”, cuyo verdadero nombre era Llorenç Torres Nin, pianista y compositor de origen menorquín, uno de los pioneros en escribir arreglos eminentemente jazzísticos, lo que le supuso los apodos de «Rey del Jazz-Band» y de «Paul Whiteman español”.
Otro nombre propio del panorama jazzístico es Jaime Planas, quien en la década anterior estaba al frente de la Orquesta Tziganes Planas. En los años 30 aparece al frente de la formación Jaime Planas y sus Discos Vivientes, que será una de las bandas más activas y populares de la década.
También en Barcelona, el compositor y arreglista Juan Durán Alemany había sido fichado por la Nic-Fusly Band para actualizar su repertorio a la nueva moda. Alemany tendrá un notable protagonismo en la escena musical de esta década y de la siguiente. En 1935, en una entrevista en la revista Jazz Magazine se declaraba admirador de Duke Ellington, Ray Noble, Jimmy Dorsey, Chick Webb, Benny Goodman y Casa Loma Orchestra.
También activo en la década anterior, el pianista y compositor Martín Lizcano de la Rosa había dirigido la Orquesta Lizcano, que ponía música en las proyecciones de cine mudo. A principios de los 30 fundó la orquesta Crazy Boys, que tendría gran éxito durante toda esta década y en la década siguiente (en la que cambiaría su nombre por Orquesta Martín de la Rosa).
De forma parecida, Joan Sobré, en 1929 había formado una orquesta de jazz que sería el embrión de la orquesta Miuras de Sobré, una de las más populares de la década de los años 30.
En los primeros años 30 además entran en escena algunos nombres nuevos que serán claves en la evolución del jazz en España, como el saxofonista y director de orquesta dominicano Napoleón Zayas, que había actuado en salas míticas de Nueva York como el Savoy Ballroom, el Small Paradise o el Cotton Club. Ya en 1933 encontramos referencias a Napoleon and his Boys, formación activa en Barcelona. Desde finales de 1934 dirige la Orquesta Los Vagabundos, fundada en San Sebastián en 1933, pero trasladada posteriormente a Madrid. Además de las mencionadas, también lideró Los Blancos y Negros y la Orquesta Plantación.
Otra figura destacada de este incipiente panorama jazzístico era Sebastià Albalat, considerado el mejor saxofonista barcelonés -aunque también tocaba el piano y otros instrumentos-. Formó parte de diversas orquestas, como la Napoleon’s, los Crazy Boys y los Miuras de Sobré.
A partir de 1935 encontramos referencias a Vicenç Montoliu, padre del luego famoso Teté Montoliu, que era fagot y corno inglés en la Orquesta del Gran Teatro del Liceo y tocaba el clarinete y el saxo alto al frente de la Montoliu Jazz. Según una entrevista en Jazz Magazine, sus músicos de jazz predilectos eran Duke Ellington, Glen Gray (Casa Loma Orchestra), Benny Goodman, Louis Armstrong, Paul Whiteman y Ray Noble.

Otro personaje influyente en los años 30 es Antonio Matas, líder de la Matas Band y uno de los impulsores del Hot Club de Barcelona y las formaciones musicales que se organizaron en torno a él: el trío y la orquesta del Hot Club.
Destaca igualmente el trompetista José Ribalta, admirador de Louis Armstrong y miembro de diversas formaciones, como Demon’s Jazz y la orquesta del Hot Club de Barcelona.
Otro trompetista influyente, Luis Rovira “Rovireta”, trompeta solista en la Banda Municipal de Barcelona, primer trompeta del Teatro del Liceo y de la Orquesta Sinfónica de Barcelona y director de la Orquesta de Jazz Melodian. Con anterioridad había sido miembro de la Nic-Fusly Band y de los Discos Vivientes de Jaime Planas.
Hay que citar también al saxofonista Francisco Casanovas, líder de diversas formaciones, primer músico entrevistado en la revista Música Viva (marzo 1935), en la que declara su admiración por Duke Ellington y habla de la buena aptitud de los músicos españoles para asimilar todos los estilos, incluido el jazz.
En Madrid, una figura clave es el compositor y arreglista Sigfredo Rivera. Activo al menos desde 1929, cuando tocaba en la banda Six Gay Players, compuso la música de diversas comedias musicales como ¡Vamos a empezar! (1932) o Amor a la bayoneta (1933). A mediados de los años 30 era uno de los principales promotores del frustrado Hot Club de Madrid.
También en Madrid comienza a destacar la figura del trompetista Andrés Moltó, al frente de su propia banda: la Moltó’s Band (también llamada Orquesta Moltó).
Otro madrileño de adopción es el trompetista Joe Moro, calificado como “el mejor trompetista hot de España” por la revista Jazz Magazine, en mayo de 1936. Nacido en Portugalete, se fue a Madrid en 1928 para tocar jazz y lo hizo con la orquesta The Spanish Boys. Posteriormente formó parte de las orquestas de Evaristo López, Harry Fleming, Los Bolivios, así como las de las salas J’Hay y Casablanca.
Las bandas
Cuando hablamos del jazz español de los años 20, ya dimos cuenta de unas cuantas orquestas que habían sido creadas en esa década y que gozaban de bastante popularidad entre los aficionados. Es el caso de la ya veterana Demon’s Jazz, entre cuyos miembros están José Ribalta, Rodrigo Roy, Steve Erikson. En los años 30 sigue alternando el jazz con otros géneros, sin complejos. Actualmente no resulta fácil acceder a sus grabaciones. Aquí tenemos una muestra: “Cuando voy con Johnny a un té” (con la cantante Rosita Moreno que incluso se atreve con el scat):
También activa desde la década anterior, está la Nic-Fusly Band, que fichó al compositor y arreglista Juan Durán Alemany para actualizar su repertorio a la nueva moda.
La popular Orquesta Tziganes Planas, dirigida por Jaime Planas, se convierte en la banda Jaime Planas y sus Discos Vivientes, que sería una de las orquestas más exitosas de la década.

Además, los años 30 son testigos del nacimiento de nuevas bandas, especialmente en Barcelona: Los Pingüinos, banda dirigida por Antonio Udina; Crazy Boys Orchestra, dirigida por Martín Lizcano de la Rosa; Napoleón and his Boys, dirigida por Napoleón Zayas; Napoleon’s Band (que, pese a su nombre, no tiene nada que ver con la anterior), activa desde 1932 y que tenía como director musical al saxo y clarinete Sebastià Albalat; Los Trashumantes, grupo fundado en Palma de Mallorca pero residente en Barcelona, entre cuyos miembros estaba el cantante y guitarrista, Pere Bonet (Bonet de San Pedro), que cobraría más protagonismo en la década siguiente; Matas Band, dirigida por Antonio Matas; Montoliu Jazz, dirigida por el citado Vicenç Montoliu; la Orquesta Diez Miuras de Sobré, dirigida por Juan Sobré, en la que justo al terminar la guerra se incorporaría un jovencito Antonio Machín; la Orquesta Blue Stars Jazz; Casanovas Orchestra, dirigida por Francisco Casanovas; Durán y su Orquesta, dirigida por Juan Durán Alemany; y Happy Jazz.
En Barcelona también hay que destacar, a partir de 1935, las distintas formaciones musicales que se crearon en torno al Hot Club de Barcelona, como el trío, formado por Antonio Matas (piano), Alberto Martí Michelena (violín, trombón) y Pablo Rodríguez (batería), y la orquesta, dirigida por A. Matas.
Y pueden citarse otras orquestas activas en Cataluña: Cathalonia Jazz, Drums Hollywood, Emporium Orchestra, Fantasio Orchestra, Girona i els seus ritmers, Great Day Orchestra, Iberian’s Orchestra, Jolly Boys Orchestra, Juniors Orchestra, Kastelos Orchestra, Los M, Magic’s Band, Melodian’s Orchestra, Michigan Orchestra, Nevada Boys, Orchestra Jak-Sus, Orchestra Richard Jazz, Orchestra Syncopaters, Orquesta Barci Jazz, Orquesta Jardi, Orquesta Olivas, Orquesta Terres Jazz (con la vocalista Pepita Márquez), Orquestina Oh…! Broadway, Orquesta Torrens Maymir, Rabassa and his Boys Orchestra, Rhapsodist’s Band, Satan’s Band, Siboney’s Orchestra, Ventura y sus Bohemios Orchestra, Venus Orchestra. De algunas de ellas solo tenemos noticia por anuncios insertados en la prensa.
En Madrid el número de orquestas dedicadas al jazz parece ser mucho menor. La más destacada es, sin duda, la orquesta Los Vagabundos. Fundada en San Sebastián en 1933, pero trasladada posteriormente a Madrid, fue conducida inicialmente por el pianista Adolfo Araco y el trombonista Fernando García Morcillo y luego por el ya citado Napoleón Zayas. Como curiosidad, decir que funcionaba en régimen de cooperativa: cada componente se encargaba de un aspecto de la gestión de la orquesta.
También destaca la Moltó’s Band, cuyo sonido se compara con el de la orquesta de Red Nichols (Jazz Magazine, n.º 4, dic 1935), dirigida por el trompetista Andrés Moltó y que contaba con el famoso bajo y batería Salvador Arevalillos (que también tocaba la tuba, el trombón y el piano).

Además, pueden citarse otras bandas: Los Axejos; Bienvenido y su Orquesta; Ibarra y su Orquesta; Orquesta Ibáñez; Orquesta Carbó; Orquesta Casablanca; y Los Mirekis.
Un rasgo común a todas las formaciones, en Madrid, en Barcelona o en cualquier otra ciudad, es que, atendiendo al gusto del público, no limitan su repertorio a un solo género. Así, por muy jazzística que se considerase una orquesta, se veía obligada a tocar tanto un pasodoble como una rumba, un tango o un fox. Del mismo modo, es común encontrar, entre las grabaciones, temas de distintos géneros.
Aun cuando no se trata de una orquesta española, en Madrid hay que destacar también la presencia de otra figura importante en el mundo de la música y el baile: el bailarín y director de orquesta Harry Fleming (presentado como “el mejor bailarín del mundo”), que había venido de gira en 1929 al frente de la revista Hello-Jazz o Dos horas en Nueva York, y que se quedó en Madrid durante unos cuantos años, aunque no dejó de actuar en otras capitales europeas.
Fuera de Cataluña y Madrid no hay apenas información de orquestas de jazz. Como excepción, hay noticia de que en Valencia está activa la agrupación Manolo Bel y sus Muchachos.
Mención especial merecen las orquestas de mujeres, fenómeno que llegó a ser muy popular en Estados Unidos y que en España está representado principalmente por Soro y sus Girls Sinfónicas. De esta banda apenas hay información, aunque hay numerosas inserciones publicitarias y alguna noticia en la prensa, de las que se puede deducir que fue una formación activa en Barcelona entre 1935 y 1939. Hay constancia de actuaciones en el Teatro Circo Barcelonés y en Granja Royal en los años 1935 y 1936.
En Madrid hay noticia de otra orquesta de mujeres formada por “cuatro señoritas”: la Orquesta Magda Samos, de la que no he encontrado más información
En definitiva, tanto en Madrid como en Barcelona (y especialmente en esta última), el ambiente jazzístico no es nada desdeñable. Como muestra, a mediados de la década se relata: “En los suntuosos locales de nuestra ciudad [Barcelona], principalmente, vuelven a aparecer las orquestas magníficas de espíritu y de facultades. En la Buena Sombra, Matas Band y los M cosechan aplausos; en el Excelsior, las orquestas Casanovas y Oliva siguen con sus éxitos; en el Palermo, Soro y sus Girls Sinfónicas, junto con Montoliu Jazz; en el Lyon d’Or, Nevada Boys (de reciente formación); en Hollywood, Demon’s Jazz; en la Granja Royal, los Crazy Boys; en la Izquierda, los Napoleon’s, en el Mónaco, Los Pingüinos, etc., etc.” (Jazz Magazine, n.º 2, sept 1935).
No contamos con muchas grabaciones de las orquestas mencionadas, por lo que nos resulta difícil hacernos una idea de cómo era su estilo y repertorio. Gracias a las entrevistas a músicos en las distintas revistas especializadas sabemos que tenían que tocar diversos géneros, pues el público demandaba tanto un fox como un pasodoble o un tango. Sabemos que se consideraba que el jazz podría ser «hot» o «straight», radicando su diferencia en la presencia o ausencia de improvisación por parte de los intérpretes; lo que no podía faltar nunca era el swing. Sabemos también que los modelos de los músicos españoles de jazz eran los referentes extranjeros del género: Duke Ellington, Louis Armstrong, Fletcher Henderson, pero también Paul Whiteman o Jack Hylton, representantes estos últimos de un estilo de jazz más edulcorado y carente de improvisación. No obstante, prácticamente todos los músicos y aficionados reconocen que el jazz «auténtico» es aquel en el que el intérprete tiene la capacidad de improvisar.
Vocalistas
En el número 3 de la revista Música Viva (abril, 1935) se publica un artículo titulado “La voz humana en el jazz”, escrito por Emilio de León, en el que se dice: “Enorme es la importancia de las intervenciones vocales en el Jazz. En España, donde el Jazz es solamente tolerado con desdén por la mayoría de los profesionales y donde las orquestas especializadas no han alcanzado todavía el grado de perfección a que pueden llegar, apenas existen verdaderos cantores y, desde luego, los tríos y cuartetos son desconocidos, excepción hecha de algunas orquestas de envergadura”.

Y así es. En esta década apenas podemos destacar unas pocas vocalistas de estilo encuadrable dentro de lo que puede calificarse como jazz.Entre ellas hay que nombrar a la cantante y actriz Carmelita Aubert, que intervino en la revista de variedades Follies de 1931, producida por Harry Fleming en el Teatro Nuevo de Barcelona. Fue vocalista de Jaime Planas y sus Discos Vivientes y de los Crazy Boys de Martín Lizcano de la Rosa.
Se hizo muy popular antes de la guerra. Aparte de tangos y canciones de otros géneros, grabó unas cuantas canciones de jazz que fueron éxitos del momento, como “La colegiala”, adaptación al castellano de “St. James Infirmary”, con Antonio Matas y su Ritmo, o “El yo-yo”.
Carmelita también protagonizó algunas de las pocas películas con música de jazz, como Mercedes (1933) o Abajo los hombres (1935), ambas dirigidas por José María Castellví, en las que participaron destacados conjuntos musicales del momento. Hablamos de ellas más adelante.
También es preciso mencionar a la bailarina y cantante Elsie Bayron, nacida en Puerto Rico en 1915, residente en Nueva York desde 1925 y que llega a España en 1932. Apodada “La diosa de ébano” y “La maga del ritmo”, siempre alternó la rumba y el jazz, como vocalista de diversas orquestas: Casablanca, Orquesta de Luis Rovira y las distintas formaciones lideradas por Napoleón Zayas, con el que se casó en 1936.
Otras vocalistas femeninas de esos años que se dedican a lo que podríamos llamar “canción jazzística” son Isabelita Hernández, Pepita Márquez y Conchita Ballesta, de las que hay aun menos información.
Respecto de los conjuntos vocales, el mismo Emilio de León comentaba unos meses más tarde (Música Viva, n.º 5, junio-julio de 1935) que se había formado en Madrid un cuarteto vocal comparable a los Mills Brothers, del cual había asistido a una audición privada, que harían su entrada en el campo profesional “de forma inminente”. Lamentablemente, no he vuelto a encontrar noticia sobre esta formación.
Grabaciones
En esta década se multiplican las grabaciones que el aficionado al jazz puede disfrutar. Se publican en España o se importan discos de los grandes músicos de jazz norteamericanos: Louis Armstrong, Fats Waller, Duke Ellington…, que son a menudo objeto de reseña y análisis en las páginas de Música Viva o Jazz Magazine.
E igualmente proliferan los discos de orquestas españolas, aunque los todavía escasos registros realizados en clave de jazz no son representativos de la gran actividad de las orquestas, según hemos visto. Además, la mayor parte de estas grabaciones no están reeditadas en CD y son, por tanto, difíciles de escuchar actualmente. Cito algunos títulos jazzísticos a modo de ejemplo:
- Demon’s Jazz: “Say no more” (1931), “Lingerie jazz” (1932), “Cuando voy con Johnny a un té” -versión de “When I Take my Sugar to Tea”- (1932), “My honey”, “Amanecer” (1934).
- Jaime Planas y sus Discos Vivientes: “Flor de manzano” (1931), “Arabique” (1932), “Pobre gigoló” (1932).
- Happy Jazz: “Sing you sinners” (¿?), “I’ve got to sing a torch song” (1933).
- Diez Miuras de Sobré: “Ve la primavera” (1932).
- Crazy Boys: “Young and healthy” (1933).
- Antonio Matas y su Ritmo: “La colegiala” -con Carmelita Aubert- (1935).
- Los Vagabundos: “Por qué será” (1937).
- Napoleon’s Band: Dames (1935).
- Orquesta Andrés Moltó: “Casey James Blues” (1936).
- Durán y su Orquesta: “La medicina del jazz” (1931).
- Blue Star Jazz: “Rumbo al Cairo” (1935), “Desayuno amoroso”.
- Jazz Band Odeon: “Trabajar en mi divisa”, «Cantares que el viento llevó» (1931).
Localizar estas grabaciones en Spotify es poco menos que imposible, y tampoco es fácil poder escucharlas en Youtube o en otras bases de datos de registros sonoros como las de la Biblioteca Nacional. En esta lista de reproducción he recopilado las grabaciones de música “jazzística” española principalmente de los años 30 y 40, en general, disponibles en Spotify: más de 15 horas de música.
El Hot Club de Barcelona
Si hubo una institución que realmente tuvo un papel protagonista en la difusión del jazz en España en los años 30, fue el Hot Club de Barcelona. Se trata de una asociación de profesionales y aficionados al jazz, que se constituye con el propósito de difundir el “jazz auténtico”, principalmente a través de la organización de audiciones, conferencias y conciertos.
Fue fundado el 11 de mayo de 1935 y tuvo su sede, primero en el Carrer Consell de Cent, 224 y, desde enero de 1936, en el Paseo de Gracia 35, 1º, en Barcelona.
Su primera junta directiva fue formada por algunos de sus promotores: Pere Casadevall (presidente), Juan Durán Alemany (vicepresidente), Miguel Aguado (secretario), Armand Faulin (vicesecretario), Luis García (contador), Nicolás Surís (tesorero), Antonio Matas, Mariano Farré y Antonio Roca (vocales).
En junio de 1935 contaba con cerca de 250 socios y llegó a alcanzar los 472 en mayo de 1936.
Ya en su sesión de inauguración se organizó un concierto a cargo de la Napoleon’s Band, así como de un cuarteto improvisado formado por Sebastià Albalat (saxo), Antonio Matas (piano), Ferrer (bajo) y Vallés (drums).
A lo largo de su corto periodo de actividad antes de la guerra organizó otros conciertos y festivales. Su primer festival se organizó en el verano de 1935. En él se proyectaron varias películas musicales y tuvo lugar la actuación del trío del Hot Club, formado por Antonio Matas (piano), Alberto Martí Michelena (violín, trombón) y Pablo Rodríguez (batería) y de la orquesta madrileña Los Vagabundos, dirigida por Napoleón Zayas.
En septiembre de ese mismo año organizó un concierto extraordinario a cargo de la orquesta de Clarence Nemir de Texas.
Su segundo festival, en octubre de 1935, presentó la Orquesta del Hot Club de Barcelona, una formación creada a imitación del Quinteto del Hot Club de France, en la que participaban músicos de diversas orquestas: José Masó, Fernando Carriedo, José Ribalta, Magín Munill, Francisco Gabarró (metal), Rodrigo Roy, Sebastià Albalat, José Domínguez, Salvador Durán (saxos), Antonio Rusell (bajo), Antonio Matas (piano), Steve Erikson (guitarra), José Bellés (batería).

El cénit del Hot Club se produjo en enero de 1936, cuando organizó un festival de jazz en el que intervinieron el saxofonista Benny Carter (que vivía en París en esos años) y el Quinteto del Hot Club de France, con Django Reinhardt y Stephan Grapelli, acompañados por la Orquesta del Hot Club de Barcelona, dirigida por Antonio Matas. Los conciertos tuvieron lugar el 29 y el 31 de enero, en el Cinema Coliseum y en el Palau de la Música Catalana, en Barcelona.
El Hot Club estuvo muy ligado, incluso desde antes de su nacimiento, a la revista musical Música Viva, publicada desde noviembre de 1934 y que fue continuada por Jazz Magazine, ya considerada como el órgano oficial de difusión del Hot Club, que se publicó desde agosto de 1935 hasta junio de 1936. Hablamos más adelante de estas publicaciones.
También llegó a realizar emisiones radiofónicas con música de jazz, todos los sábados a las 21 h. en Radio Associació de Catalunya.
Aunque la publicación de Jazz Magazine cesó al comienzo de la Guerra Civil, no ocurrió lo mismo con el resto de actividades del Hot Club pues, aunque en menor medida, siguió organizando algún que otro concierto y proyecciones de películas con fines solidarios.
A imitación del Hot Club de Barcelona se fundaron otros hot clubs en Cataluña: Manresa, Terrasa, Granollers, Badalona, Savadell, Figueres… e incluso en Valencia, donde el Hot Club se constituyó en enero de 1936.

En Madrid hubo constantes intentos de constituir una asociación similar. Su principal promotor, Sigfredo Rivera, da cuenta de sus progresos en varias ocasiones, en la revista Jazz Magazine. Así, en noviembre de 1935 comenta que, en Madrid también hay un gran núcleo de aficionados admirablemente orientados en relación al verdadero Jazz, y que el mayor obstáculo para fundarlo es encontrar un local apropiado como sede.
En diciembre 1935, esa misma revista anuncia que el Hot Club de Madrid “ha elegido ya su Junta Directiva, la cual ultima los preparativos para su inauguración, a cargo de la orquesta Moltó, cuyo bandmaster, de acuerdo con Sigfredo Rivera, ha escogido un programa tan fiero que no hay duda de que el auditorio rugirá a coro subrayando un slap de Arevalillos o un chorus de tenor de Adolfo”.
En cambio, en febrero 1936, se comenta que parece que los trabajos encaminados a la formación de un club de Jazz en Madrid han tropezado con algunas dificultades. El Club de Jazz de Madrid no llegaría a constituirse hasta 1948.
Extranjeros en España y españoles en el extranjero
Al hablar del jazz en España en los años 20 ya comentamos que justo al final de la década, nos visitaron dos artistas destacados: en primer lugar, el bailarín y showman Harry Fleming, director de la revista Hello-Jazz o Dos horas en Nueva York, que se estrenó en marzo de 1929, en Madrid; poco después, la famosísima Josephine Baker, que actuó en Madrid, Barcelona y otras capitales, en febrero de 1930.

Ese mismo año 1930, en junio, se produce otra visita importante para los aficionados al jazz: la orquesta de Jack Hylton ofrece dos conciertos en el Palacio de Proyecciones de Montjuich y en el Teatro Olympia de Barcelona. Hylton es el mayor representante del jazz “straight” -al estilo de Paul Whiteman- en el Reino Unido y cuenta con numerosos seguidores en España.
En diciembre de 1931, hay que destacar otra visita de trascendencia: los franceses Ray Ventura and His Collegiens, una banda también en la línea de Hylton y Whiteman, actúan en el Teatro Olympia de Barcelona.
Como vemos, son en todo caso orquestas que practican lo que en la época se denomina jazz “straight” en oposición al jazz “hot”, lo que no quita para que gozaran de enorme popularidad.
Pero la verdadera sensación jazzística importada se produciría en 1936, poco antes del comienzo de la Guerra Civil: los dos conciertos en Barcelona en los que los aficionados pudieron deleitarse con el saxofonista Benny Carter y el Quinteto del Hot Club de France, con Django Reinhardt y Stephan Grapelli. Ya hemos hecho referencia a este acontecimiento al hablar del Hot Club de Barcelona.
En lo que se refiere a los españoles en el exterior, hay que hablar necesariamente de dos músicos nacidos en España y que llegaron a hacerse muy famosos en Estados Unidos en estos años. Ninguno de ellos es propiamente músico de jazz, pero sí se mantuvieron ambos próximos al género.
Por un lado, el archiconocido Xavier Cugat. Nacido en Girona, aunque su familia emigró a Cuba cuando él solo tenía 5 años. A los 15 se marchó a Nueva York y comenzó su carrera musical en Estados Unidos. Participó en numerosas películas y fue uno de los principales responsables de la moda de la música latina en los años 30 y 40.
Por otro, el no tan conocido actualmente, Enric Madriguera, barcelonés que emigró a Estados Unidos a mediados de los años 20, donde tocó con las orquestas sinfónicas de Boston y Chicago. Participó también en grabaciones de estudio con Ben Selvin y, a partir de los años 30, dirigió sus propias orquestas de música ligera, también con influencias de la música latinoamericana, lo que le valió el apodo de “Embajador musical de las Américas”.
Baile
Si ya resulta difícil conocer los nombres y el estilo de los músicos dedicados al jazz en España, más lo es saber cómo era el panorama en las pistas de baile.
En la década anterior, el jazz se había desarrollado en reducidos círculos elitistas y tanto la música como el baile -el charlestón, el black bottom…- habían sido muy criticados, por su carácter transgresor.
Sin embargo, durante la Segunda República, el jazz se imbricó plenamente con la cultura de masas y se equiparó a la música popular moderna (Iglesias). Música y baile experimentan un proceso de democratización y popularización, así como de asimilación social, motivado por el aumento de las orquestas y de las salas donde eran contratadas para tocar -los dancings-, lo que permitía una mayor oferta musical y, en consecuencia, un acceso a la música apto para todos los bolsillos.
Esta “normalización” de la música y del baile provocan que disminuyan las voces críticas que en la década anterior describían y ridiculizaban los movimientos y gestos de los bailarines, lo que hace que no contemos con mucha información sobre cómo se bailaba. Hasta los años 40 no hay referencias concretas a la forma de bailar y a bailarines “de swing” como tales.
Lo que sí sabemos es que, en la pista de baile, el fox-trot, el jazz hot o el swing, se alternan con el pasodoble, la rumba o el tango, pues aunque había acérrimos aficionados al jazz, lo habitual era que el público demandase por igual todas estas músicas, consideradas “modernas” y las orquestas no tenían más remedio que adaptar su repertorio al gusto del auditorio.
También tenemos constancia de un fenómeno curioso importado de Estados unidos: los maratones de baile, o “bailes de resistencia”. Estos maratones son un concurso en el que las parejas participantes deben bailar de forma ininterrumpida, pudiendo descansar normalmente 15 minutos cada hora. Se establece un premio monetario para la pareja que logre permanecer más horas en pie. Son espectáculos abiertos al público, que paga una entrada para presenciarlos. En Estados Unidos estos maratones llegan a durar meses.

El mayor negocio de estos espectáculos estaba en la venta de entradas y en el consumo de comida y bebidas por parte del público y también de los participantes. Cuanto más durase el campeonato, más dinero ganaba el promotor.
Uno de los primeros realizado en España tuvo lugar en la Sala Olympia de Barcelona, en octubre de 1931, bajo el nombre de “Marathon Dance Sprint”. La pareja ganadora logró estar 29 días bailando.
En Madrid se realizaron en el Circo Price, con música en directo y con mayor apoyo por parte de la prensa y la radio, lo que influyó en su mayor éxito de público. En el maratón que se realizó en el Price en febrero de 1933 participaron 52 parejas y la ganadora logró estar 46 días bailando. El premio: 18.000 pesetas, una fortuna en la época.
Estos maratones de baile terminaron convirtiéndose en espectáculos lamentables en los que los bailarines se turnaban para dormir en los brazos de su pareja, comían y dormían en condiciones infrahumanas y se desplomaban literalmente en la pista, vencidos por el agotamiento.
Salas de baile
En Barcelona, las nuevas músicas fueron bien acogidas en diversos locales de moda, llamados genéricamente “granjas”.
En el 103 del Carrer Nou de la Rambla estaba el Hollywood Bar Dancing, inaugurado en 1931 y en funcionamiento hasta 1938. Decorado en estilo vanguardista, con dos pistas de baile, su sala central tenía capacidad para más de cien mesas. Esta sala contaba con su propia orquesta: Hollywood Jazz, aunque también actuaba allí frecuentemente la Demon’s Jazz. Contaba con un plantel de 30 señoritas dispuestas para iniciar en el baile a los clientes masculinos.

También fue muy popular el music-hall Royal Concert (Paral-lel, 106), que funcionó de 1912 a 1933, que presentaba una combinación de hasta 80 artistas y grandes fiestas de 1 a 4 de la madrugada.
En 1933 se convirtió en el Dancing Estambul (o Stambul), sala en la que actuaba habitualmente la orquesta Napoleón. Se cerró en 1938 y así permaneció hasta 1943, cuando en este mismo local se inauguraría el famoso Salón Amaya.
Otro salón de baile popular fue La Buena Sombra (Gínjol, 3), sala de fiestas y dancing inaugurado en 1880 y que fue cambiando de nombre y de dueño hasta su cierre en 1988.
Hay que destacar también el Bar Edén, inaugurado en 1930 y situado en el Carrer Nou de la Rambla, 12, justo al lado del mítico music-hall Eden Concert, con el que no hay que confundir. A este bar el n.º 5 de Música Viva (junio-julio 1935) le dedica un breve pero ilustrativo comentario: “Con este nombre bíblico encontramos en la calle nueva de la Rambla un bar moderno, poseedor de un fonógrafo automático, alimentado con admirables discos de las primeras figuras del aspecto hot: Don Redman, Ellington, Fletcher Henderson, Armstrong, Jimmie Lunceford, Mills Brothers… Recordamos más de una discusión acalorada entre tercos “casalomistas” y “ellingtonianos” puros. (…) Cuida de los discos el afable Ramón, espíritu sensible al dulce swing, quien, entre vaso y vaso de cerveza, os informará de los nombres de los solistas, época del disco, compositor, etc.”
Y hay muchas más salas de baile donde, aunque no de forma exclusiva, se podía escuchar y bailar jazz en Barcelona: Granja La Estrella, Excelsior, Dancing Palermo, Lyon D’Or, Granja Royal, La Izquierda, Dancing Mónaco, Saigón, o Dancing Oshima.

Madrid no se queda atrás en este apartado. Entre todas las salas destaca el Dancing-Salón de té Casablanca, construido en 1933, sin duda, el mejor salón de baile de la época. Situado en el lugar del actual Ministerio de Cultura, en la Plaza del Rey, se trataba de un fastuoso local al más puro estilo hollywoodense, con una plataforma móvil, techo practicable, y un juego de luz y agua con múltiples posibilidades. Recibía a los clientes con una una enorme palmera luminosa en la entrada, símbolo del local. En su momento contó con su propia orquesta: la Orquesta Casablanca.
Inaugurado en la década anterior (en 1926), el Dancing Maipu-Pigall’s, situado en la calle Aduana 19, estaba decorado en estilo Art Decó por Eusebio Sayas y Jesús Dehesa de Mena y el salón de té contaba con dos galerías dotadas de palcos, mesas para cenar junto a la pista y un escenario para la orquesta. Desapareció en 1934 cuando se situó en su lugar el frontón Chiki-Jai.
Otros dancings destacables fueron Lido, Gong, Florida, La Playa o Pelicán. Y, aun cuando no eran salas de baile y no contaban con actuaciones en vivo, hay que destacar además otros locales de moda en esta década, que llaman la atención por su estilo cosmopolita y por la modernidad de su decoración: Café Zahara, Café Aquarium, Café Ivory, Café Negresco y, sobre todo, el bar de Perico Chicote, inaugurado en 1931, un referente de esta época.
La radio y la prensa
En esta década, el jazz fue criticado como una moda extranjerizante desde amplios sectores de la intelectualidad, tanto de izquierdas como de derechas, imbuida de un considerable entusiasmo patriótico y de exaltación de la cultura y el arte español. No olvidemos que ese entusiasmo patriótico es uno de los rasgos comunes de los movimientos fascistas, que van ganando cada vez más adeptos por toda Europa, lo que tendrá como consecuencia su ascenso al poder en varios países.
No obstante, a la vez el jazz experimenta un proceso de normalización y asimilación por la sociedad, imbricándose plenamente con la cultura de masas y equiparándose a la música popular moderna (Iglesias). La popularización de los ritmos norteamericanos también tiene como causa y consecuencia el aumento de su presencia en los medios de comunicación: la prensa y la radio.
La radio, en funcionamiento en España desde mediados de los años 20, según explicamos aquí, experimenta en esta década un enorme auge. El número de aparatos de radio vendidos se multiplicó por seis a lo largo de la década: pasó de unos 50.000 en 1931 a más de 300.000 al comienzo de la guerra.
La mayor parte de su programación es musical, aunque los gustos del público se inclinan más por la canción andaluza y la zarzuela que por la todavía novedosa música de jazz. La música es interpretada principalmente en vivo, en el estudio, aunque cada vez se radia más música grabada (en 1930, Unión Radio contaba en su archivo con más de 7.000 discos).
Curiosamente, en el n.º 1 de la revista Música Viva se incluye un artículo en el que el autor (That Mouse, probablemente Antonio Tendes, bajo seudónimo) habla con preocupación del auge de la radio y de la amenaza que ello supone para la venta de partituras: a los aficionados, que antes tenían que interpretar la música que querían escuchar, ahora les basta con encender la radio; los únicos que “consumen música” son los profesionales, pero estos están acostumbrados a que los editores o los propios autores les regalen el repertorio.
En cuanto a la prensa, es especialmente destacable la aparición de publicaciones especializadas: principalmente la citada revista Música Viva, de la que se publicaron cinco números, entre noviembre de 1934 y junio de 1935. Esta revista está entre las primeras publicaciones en el mundo dedicadas al jazz (la revista americana Down Beat se comenzó a publicar en julio de 1934).
Entre sus promotores estuvieron Antonio Tendes, Pedro Casadevall, Ernesto Guasch, José María Castellví y Pascual Godes. Fueron sus directores a lo largo de su corta vida Joan Aragonés, Nicolás Surís y Ernesto Guasch.
Música Viva tuvo un papel muy activo en la creación del Hot Club de Barcelona en mayo de 1935 y en la difusión de sus primeras actividades.
En junio de 1935, Música Viva se fusionó con la revista Mundo Musical (revista del Sindicato Musical de Cataluña), que también había prestado cierta atención al jazz, y la unión dio como resultado la revista Jazz Magazine, ya autodenominada como órgano oficial de difusión del Hot Club.

Esta nueva revista especializada se publicó desde agosto de 1935 hasta junio de 1936 (ocho números en total), cesando su actividad con la Guerra Civil.
Tanto Música Viva como Jazz Magazine fueron cuidadas publicaciones periódicas que se autoproclamaron como “defensoras del jazz auténtico”. En ellas podemos encontrar entrevistas a músicos españoles, noticias sobre las actividades del Hot Club, así como sobre el panorama jazzístico en Barcelona, Madrid o París, críticas de discos y de conciertos, artículos sobre Historia del jazz, sobre intérpretes destacados o sobre técnicas interpretativas (merece una especial mención un extenso artículo sobre improvisación publicado a lo largo de diversos números de ambas revistas), así como anuncios de instrumentos y de accesorios, de trajes para orquestas, seguros….
Estas revistas contaron como colaboradores con los mayores especialistas del jazz de nuestro país. Nombres como Antonio Tendes, Baltasar Samper, Fausto Ruiz, Pere Casadevall aparecen de forma recurrente en ambas publicaciones, en ocasiones ocultos bajo seudónimos. A ellos hay que sumar los nombres de grandes especialistas del país vecino, como Hughes Panassié y Charles Delaunay, que también publicaron artículos de fondo, así como la crónica de la actividad jazzística de París.
Leyendo los artículos de estas revistas, las entrevistas con diversos intérpretes y las reflexiones de los distintos críticos, podemos asistir a interesantes debates y disquisiciones sobre temas muy interesantes, algunos de los cuales no han perdido su vigencia: reivindicación del “jazz auténtico”, elementos que definen el jazz, distinción entre el jazz “straight” y el jazz “hot”, importancia de la improvisación y del swing, reflexiones sobre el origen africano del jazz, creación de un repertorio de jazz autóctono, defensa de los derechos de propiedad intelectual…
En Madrid no existe una publicación comparable a las mencionadas, aunque la revista P.O.M. Boletín Revista Musical, de la Asociación General de Profesores de Orquesta y Música de Madrid, también presta cierta atención al jazz.
Cine
Como no podía ser de otra manera, el recién inventado cine sonoro recurrió al jazz desde un principio. Hay que recordar que la considerada primera película sonora llevaba por título El cantor de jazz (The Jazz Singer, Alan Crosland, 1927), y que en su estreno en España participó un joven Ramón Gómez de la Serna, escribiendo y recitando un texto de exaltación a la nueva música, aunque es cuestionable que la película contenga una sola nota de jazz, tal y como lo entendemos hoy en día.
También fueron calificadas como jazzísticas las comedias musicales que pronto se pusieron de moda en el cine norteamericano y que no tardaban en ser estrenadas en España, como las películas musicales protagonizadas por Fred Astaire con distintas parejas femeninas, como Ginger Rodgers o Eleanor Powell, fueron éxitos de los cines españoles y en algún caso se proyectaron en festivales de jazz organizados por el Hot Club de Barcelona.
Así, por ejemplo, en 1936 se estrena en el cine Avenida de Madrid la película Sombrero de copa (Top Hat, 1935), con Fred Astaire y Ginger Rodgers, que puso su granito de arena en la difusión de la música americana y el claqué en España.
Ese mismo año se estrena también en Madrid (cine Capitol) la película musical La melodía de Broadway 1936 (Broadway Melody 1936), protagonizada por Eleanor Powell, Jack Benny y Robert Taylor.
En los festivales organizados por el Hot Club de Barcelona también pudieron verse algunos cortos musicales protagonizados por grandes intérpretes de jazz estadounidenses, lo cual permitió a los aficionados ver en acción a Duke Ellington, los Mills Brothers o Cab Calloway
El incipiente cine español también recurrió al jazz como banda sonora. A este respecto hay que destacar las películas dirigidas por José María Castellví: en 1933, Mercedes, primer ejemplo de comedia musical española con música de jazz, protagonizada por una de las actrices más modernas de la época, la citada Carmelita Aubert, y en cuya banda sonora participan Jaime Planas y sus Discos Vivientes y los Crazy Boys de Martín Lizcano de la Rosa; en 1934, ¡Viva la vida!, con Conchita Ballesteros, Alady y la Orquesta Crazy Boys; en 1935, Abajo los hombres, también con Carmelita Aubert y con la participación de Napoleon’s Band, Montoliu Jazz, Crazy Boys y Antonio Matas y su Ritmo.
Es muy difícil acceder a estas películas. Apenas se conservan copias completas de las mismas y en Internet tan solo hay disponible algún fragmento:
y este con escena de claqué:
En 1934 también se estrena la versión sonora de El negro que tenía el alma blanca, dirigida por Benito Perojo, que también dirigió unos años antes la primera versión (muda) de la película. En esta versión, moderna y cosmopolita, la música es compuesta por Daniel Montorio. En ella se puede escuchar el blues “El negro soy yo”, interpretado por Antoñita Colomé y Marino Barreto. De este film únicamente se conserva una copia incompleta en la Filmoteca Nacional.
Podemos citar también las películas Una semana de felicidad (1934), de Max Nossek, cineasta polaco afincado en Cataluña, en la que interviene la Orquesta Blue Stars Jazz; El bailarín y el trabajador (1936), de Luis Marquina, con música de Daniel Montorio interpretada por la Orquesta Moltó; y Nuestro culpable (1938), de Fernando Mignoni, producida por la CNT-FAI, con música de Sigfredo Rivera. Esta última está disponible en YouTube:
También es posible ver en acción a alguna orquesta “de jazz” en otra cinta propagandística de la CNT-FAI titulada Barcelona 1937, en la que aparece la Napoleon’s Band, así como la Demon’s Jazz, acompañando a Carmelita Aubert en el tango «Cocaína en flor»:
Influencia en otros géneros
Como hemos comentado, pese a la popularidad del fox y el jazz hot en estos tiempos, en España gozaban de mayor aceptación otros géneros como la zarzuela, el cuplé, la revista o el tango, y artistas como las cupletistas Raquel Meller y Celia Gámez, los tonadilleros Estrellita Castro, Imperio Argentina, Conchita Piquer y Miguel de Molina, los argentinos trío Irusta, Fugazot y Demare o Carlos Gardel, y los cubanos Granito de Sal y la Orquesta Siboney.
En algunos de estos géneros también se dejó sentir la influencia del jazz. Así, por ejemplo, en 1931 se estrenó la revista Las Leandras, con música de Francisco Alonso, que contenía un tema etiquetado como blues-charles: “Clara Bow fiel a la marina” (en alusión a la famosa actriz del cine mudo, prototipo de flapper).
En 1933 se estrena en Madrid y Barcelona la zarzuela Jazz Band, de Manuel Penella, definida como “revista americana”. La obra contiene un par de números a ritmo de fox, así como alguna rumba. En sus representaciones, la música corría a cargo de la Orquesta Pascual Godes y de la Orquesta Crazy Boys.
Ese mismo año, Sigfredo Rivera, de quien ya hemos hablado, pone música a una “opereta de jazz” titulada Amor a la bayoneta, que se estrena en el Teatro Español de Madrid.
En lo que se refiere al teatro, en 1931 se estrenó una obra de referencias jazzísticas: La melodía del jazz band, de Jacinto Benavente.
La Guerra Civil
El 18 de julio de 1936, una parte del ejercito da un golpe de estado fallido, lo que provoca una Guerra Civil que duraría hasta el 1 de abril de 1939.
Respecto al jazz en ese periodo, se ha llegado a decir que, en el bando republicano, los anarquistas consideraban el jazz una música capitalista y los rebeldes una música negroide y extranjerizante. Esta es una opinión un tanto exagerada, como demuestran estudios recientes sobre la materia.
La guerra no paralizó la actividad musical. Aunque en estos años sí que descendió notablemente el número de grabaciones (de todo tipo), hay numerosas referencias a la actividad musical, cinematográfica y teatral en las grandes ciudades, especialmente en la zona republicana. Así, por ejemplo, un festival con concierto y baile a favor de las víctimas del fascismo, organizado por el Hot Club de Tarrasa o la actuación de la Orquestina Jazz Ibarra en un festival organizado por Izquierda Republicana en Madrid, a beneficio de los milicianos de frente de Somosierra, en septiembre de 1936. En octubre de ese mismo año la Crazy Boys Orquesta actúa en la Casa Llibre de Barcelona. La Demon’s Jazz, la Napoleon’s Band o la orquesta de Jaime Planas también colaboran en festivales benéficos en Barcelona durante los años de la guerra.
De hecho, tanto en el bando republicano como en el sublevado se hicieron esfuerzos por mantener la actividad musical y de esparcimiento, primero para compensar los sinsabores de la guerra y, en segundo lugar, para dar una apariencia de normalidad que pudiera ser utilizada frente al otro bando con fines propagandísticos.
Con relación a la guerra hay que destacar también la presencia en España, en apoyo de la legalidad republicana, del Batallón Lincoln, integrado en las Brigadas Internacionales. Este batallón, formado por voluntarios norteamericanos blancos y negros, fue el primer grupo militar racialmente integrado (en el ejercito de Estados Unidos los soldados afroamericanos no prestaban servicio en las mismas compañías que los blancos). El ideal de estos soldados voluntarios: la lucha contra el fascismo y por los derechos civiles, incluidos aquellos que se negaban a los soldados afroamericanos en su propio país. Sobre la participación de los soldados afroamericanos en este batallón se puede ver el documental Héroes invisibles: Afroamericanos en la Guerra Civil española (Alfonso Domingo, Jordi Torrent, 2016).
Testigos de excepción de la guerra fueron algunos corresponsales de prensa destacados, como Ernest Heminway, John Dos Passos y Langston Hughes. Este último escritor afroamericano, corresponsal del periódico Baltimore Afro-american había sido uno de los protagonistas del Renacimiento de Harlem unos años antes y es muy probable que conociera a García Lorca en su viaje a Nueva York.
Langston Hughes presta especial atención a los soldados afroamericanos del Batallón Lincoln y transmite en sus crónicas el mensaje de que la guerra de España es una guerra en la que se lucha por la libertad y para frenar al fascismo en Europa. Hughes era muy aficionado al jazz y al blues, que compara con el flamenco, y al parecer viajaba por España con una estupenda colección de discos de Duke Ellington, Benny Goodman y Jimmie Lunceford, entre otros, que hacía sonar en los salones de la Alianza de Escritores Antifascistas. Sobre el jazz en España comentaba en una de sus crónicas que, como en el resto de Europa, gusta muchísimo y a las orquestas españolas se les da mejor tocar hot music en el estilo auténtico que a la mayoría de las bandas de otros países europeos.
Finalmente, Hughes escribió alrededor de una docena de poemas sobre España y la Guerra Civil, unos escritos en España y otros a su regreso a los Estados Unidos, ya en las décadas de los cuarenta y cincuenta. Casi todos son de una gran emotividad y fuerza expresiva. A modo de cartas, postales y canciones desde España, merecen colocarse entre los mejores que se han escrito sobre esa desgraciada guerra incivil.
Con el fin de la contienda, se recuperó, en general, la actividad jazzística en las grandes ciudades, aunque, como dijimos, nunca llegó a perderse del todo: aumentaron las actuaciones de las orquestas mencionadas y de otras nuevas, las salas de baile, las actividades del Hot Club de Barcelona…
Comienzan los años 40, la posguerra en un país desolado, regido ahora por una férrea dictadura de corte fascista, época en la que, contra todo pronóstico, comienza lo que podríamos considerar la “edad de oro del swing en España”,… pero esta es una historia que contaremos en otro momento.
Si quieres saber más:
– Ignacio Faulín Hidalgo: Bienvenido Mr. USA: la música norteamericana en España antes del rock and roll. Milenio, 2015.
– José María García Martínez: Del fox-trot al jazz flamenco: el jazz en España, 1919-1996. Alianza, 1996.
– Iván Iglesias: La modernidad elusiva: jazz, baile y política en la Guerra Civil española y el franquismo (1936-1968). CSIC, 2017.
– Jordi Pujol Baulenas: Jazz en Barcelona 1920-1965. Almendra Música, 2005.
– Manuel Recio: «Inicios del Jazz en España» en el blog La Música es mi amante (http://lamusicaesmiamante.blogspot.com.es).