Así decía la canción que cantaba Lolita Garrido, acompañada por la Orquesta de Luis Rovira, un boguie-woguie (bugui-bugui) en homenaje a la mítica sala de fiestas madrileña, incluido en la revista Historia de dos mujeres (1947).
Y es que Pasapoga era en los años 40, junto con la sala Casablanca, el epicentro del swing en Madrid. En el Pasapoga se bailaba el bugui, el fox-trot, el swing, y toda aquella música americana que a duras penas llegaba a un país recién salido de una guerra civil y sumido en una férrea dictadura que no simpatizaba demasiado con los ritmos sincopados.

La sala de fiestas, que había abierto sus puertas el 20 de mayo de 1942, estaba situada en el nº 37 de la Gran Vía (aunque por aquel entonces se llamaba oficialmente avenida de José Antonio), en los bajos del cine Avenida, junto a la plaza de Callao, en el sitio exacto en que ahora se sitúa una enorme tienda de H&M.
En ese mismo lugar existían unos billares con el mismo nombre que el cine, los más grandes de la capital, inaugurados en 1930 y que no duraron más de un lustro, probablemente por la competencia de la cercana sala de billares del cine Callao.
El local quedó en desuso hasta que los socios Vicente Patuel, Julio Sánchez, Rafael Porres y Rafael García decidieron inaugurar una opulenta sala de fiestas. Su nombre, “Pasapoga”, sería el acrónimo formado por las dos primeras letras de los apellidos de sus cuatro propietarios.
El proyecto de remodelación se encargó al arquitecto Enrique Simonet Castro y al decorador Mariano García. Ambos consiguieron crear una opulenta sala de fiestas, con una exuberante decoración a base de pinturas murales, grandes columnas, cortinajes, mármoles, espejos y hasta 12 kilos de oro para recubrimiento de sus artesonados.
El local, de dos pisos, con planta de herradura, estaba revestido de mármol blanco, negro y verde en el vestíbulo, la concha del bar, columnas, palcos, escalinatas y en las cuatro pistas de baile con las que contaba. Con mobiliario de estilo isabelino, enormes alfombras, arañas y aparatos eléctricos en bronce y cristal y hasta un gran lienzo del pintor Ramón Stolz Viciano cuyo coste fue de 1.500.000 pesetas de la época.
Para acceder a Pasapoga era necesario abonar una entrada que, en 1942, costaba entre 15 y 18 pesetas (según fuese en horario de tarde o noche), lo que hacía que el espectáculo estuviese reservado para tan solo unos pocos privilegiados. Un té con pastas acompañado de mermelada y mantequilla (productos inexistentes para la población) costaba 16 pesetas, en una época en la que todavía funcionaban las cartillas de racionamiento, y el salario medio diario de un electricista era de 20 pesetas. Todo ello, hizo que la sala de fiestas comenzase a ser conocida como el “Pasa y paga”.
El Pasapoga inauguraba nueva temporada en el mes de septiembre de cada año. Por allí pasaron las mejores cantantes, orquestas, humoristas, bailarinas de los que pasaban por España. Entre ellos, Frank Sinatra, la orquesta de Tommy Dorsey, Helen Forrest, Sam Donahue, the Pied Pipers, Antonio Machín, así como las divas del swing en nuestro país, como Mary Merche, que estuvo en cartel entre 1945 y 1947 y la mencionada Lolita Garrido, “la novia del swing”, que inmortalizó la sala con su bugui-bugui.
La sala se mantuvo en la cresta de la ola durante los años 40 y 50. En 1952 se anunciaba como «La sala de fiestas más famosa del mundo».


En esa época aparece brevemente en una escena de la película Los ojos dejan huellas (1952) de José Luis Sáenz de Heredia. En ella se puede contemplar como el público acude trajeado y de etiqueta, mientras toman una copa y la orquesta ameniza la pista de baile:
Pero con el tiempo el Pasapoga fue superado por nuevas modas que propiciaron su decadencia paulatina. Pasó a ser una más entre la multitud de las salas de fiestas que iban abriéndose en Madrid, más modernas y con precios asequibles.
Al comienzo de la década de los 70, la sala había adoptado con los nuevos tiempos ese hecho tan característico del resto de cabarets: el alterne. En los años 80 y 90 no dejó de ofrecer actuaciones de revista, cabaret y humor, como puede comprobarse en el siguiente vídeo:
En sus últimos años se transformó en discoteca, conservando su barroca decoración y destacando por sus sesiones de música house. He aquí su ambiente en el Orgullo Gay 2001:
Finalmente, en 2004 cerró sus puertas definitivamente y, tras unos años cerrada, en 2007 se autorizó el cambio de uso del edificio del cine Avenida para uso comercial. Al estar protegido, debía conservar su aspecto, por lo que todavía hoy mantiene muchos de los elementos que lo distinguían como un templo del lujo y la opulencia.

Gracias por otro artículo muy interesante! Me encanta descubrir la historia de estos locales.
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